Ave María Purísima.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Ya pasaron tres semanas de mi última confesión. No crea que no quise, es que no nos mandaban a nadie. Bueno, no se lo voy a explicar justo a usted.
Yo vengo todos los días a misa. Le digo porque usted no sabe. Entonces, tres semanas es mucho. ¿Usted tiene tiempo ahora? No, le pregunto porque tendría que haber empezado a confesar más temprano. Se le va a hacer la hora de la misa enseguida.
Sí. Claro.
Tres semanas. Mucho. Porque yo todos los días tengo algo para decir, ¿vio? Me había preocupado con ese atraso. Mire si me pasaba algo y yo en este estado, sin confesarme.
¿Usted quiere que yo le desglose? Porque le puedo decir algo general. Me preocupa lo del tiempo, que usted tendría que haber empezado antes.
Sí, padre. Claro.
Bueno. Mi vecina de al lado estuvo enferma y yo le llevé un poco de comida el primer día y después ya no. Es como un abandono eso. Pero no lo hice a propósito. Me dio bronca que siempre crean que tengo que ir yo. ¿Se enferma alguien? Teresita lo cuida. Teresita soy yo.
Sí.
Eso, siempre esperan que yo haga las cosas, que me ocupe de todos. Que los atienda, que los cuide, que los acompañe. Bueno. Un poco por eso no llevé más comida. A ver qué hacían. Mi vecina tiene una sobrina que podría ocuparse, ¿no? Pero bueno. Anda en otras cosas. Usted me entiende.
Sí, padre. Disculpemé.
Tuve malos pensamientos.
Malos.
¿Le tengo que decir? El padre Núñez nunca me preguntaba
eso.
Sí, sí, claro que entiendo. Cómo voy a pretender esconderle algo a Dios.
Pensé muchas cosas. Ojalá el perro de los Murúa se quede afónico, ojalá se les corte la luz en el taller de Pocho así dejan de estar con la amoladora de la mañana a la noche, ojalá a los Ludueña se les enganche una rueda en la zanja que nunca arreglan, ojalá Merardo se equivoque en un balance y le saquen la gerencia del banco a ver si se le baja el copete, ojalá cambien la maestra, que todos los chicos parecen estúpidos ahora, ojalá le dé un infarto a Correa, ojalá a los de las chacras les caiga un agua que les tape todo, ojalá las vacas de los Gutiérrez se queden sin leche, ojalá uno de los álamos de la cortadera le caiga encima a la camioneta de Pernera, ojalá Ramírez la agarre a su mujer justo cuando sale por atrás del negocio de Atienza, ojalá se muera Lucrecia, ojalá las gallinas de los criaderos se queden ciegas, ojalá se pudran todos los huevos, ojalá choquen el auto los hijos de Lucero, ojalá se les pudra todo el maní en los silos, ojalá les aparezcan gorgojos en los platos, ojalá caiga piedra, ojalá venga una tormenta de tierra, ojalá venga una topadora y levante el cementerio entero, ojalá vuelvan las mangas de langosta, ojalá venga la cola de un tornado, ojalá…
Sí. Claro, padre, si yo le dije que tendría que haber empezado más temprano a confesar. Más si pide el detalle.
No, padre, cómo le voy a estar faltando el respeto. Hace tres semanas que estoy esperando que lo manden. Sí. Sí.
Amén.
Ave María Purísima.
Buen día, padre. Yo no soy de confesarme mucho. Pero como me dijeron que usted llegaba hoy, pensé en venir a misa y por ahí me daban ganas de comulgar, y entonces tengo que estar confesado, ¿no?
Sí.
Le digo que hay bastante gente esperando. Yo, cuando vi que adelante mío estaba la Teresita, dije «pim, pam, pum, sale en dos minutos». ¿Qué pecados puede tener esa mujer?
No, claro, eso es privado.
Sí, yo por ahí me engancho mucho, disculpemé.
Estaban diciendo afuera que tendría que haber empezado más temprano. Igual, si no llega, usted tranquilo, acá no se va a morir nadie por no confesarse un día.
Sí.
Mire, yo ando durmiendo con una mujer casada.
Sí.
No, eso nomás.
Ya sé.
Sí, me decía el padre Núñez. Pero yo,
arrepentirme, arrepentirme, no me arrepiento, qué quiere que le diga.
No, si ya sé que es pecado.
No, desorden no es, porque estamos así desde hace mucho.
Es que, si no es conmigo, es con otro.
No, no, de verdad, antes que yo hubo un montón. Preguntelé si no a Ludueña, a los del taller, al farmacéutico, a López. Bueno, no le voy a hacer toda la lista.
No, pero ella también está en el baile, eso le digo. De última, conmigo está asentada y dejó de andar cambiando uno por semana.
Sí, padre.
Sí.
Sí.
No, eso nomás. Amén.
Ave María Purísima. Hace una semana. ¿En dónde qué?
No, no, acá.
Claro, tiene razón. Tres semanas.
El tiempo se pasa volando.
¿Usted sabe a dónde lo mandaron al padre Núñez?
No, digo, como lo mandaron a usted para acá, quizás sabía a dónde lo mandaron a él. Sí. Claro.
A lo nuestro, tiene razón.
Tres semanas, sí. Me dio tiempo a pensar, ¿sabe? Pasaban los días y me pareció que tampoco eran la gran cosa. Mis pecados. No vaya a creer que es soberbia.
Y, no sé. Pero soberbia, no creo.
Sí, claro. Pero es que me quedé pensando. ¿Cuántos pecados puede tener uno en tres semanas? Porque hay que preguntarse qué es un pecado, ¿no es cierto?
Sí, es verdad. Los mandamientos son claros. Pero después los curas te dicen que el mayor pecado es la falta de amor al prójimo. ¿Y entonces? Si uno se pone con eso, medio que todo lo que hacemos es pecado, ¿no?
No, claro. Hay cosas que agradan a Dios. ¿Usted dice —perdonemé que le pregunte—, usted dice que Dios está mirando lo que hacemos y viendo si le gusta o no?
No, padre, claro que creo. Si no, no estaría acá. Con la gente que hay afuera haciendo cola. Usted tendría que haber empezado más temprano a confesar.
Es verdad. Da para una conversación, y ahora tenemos que concentrarnos en los pecados. Pero no sé qué decirle. Por un lado, me parece que tendría que contarle todo lo que hice, cosa por cosa, en estas tres semanas. Si uno se mira fijo, sin autoindulgencia, flor de porquería somos, ¿no?
No, si no digo nada de los otros. Eso ya lo va a ir descubriendo usted con las confesiones.
No, no me reía de usted, padre. Cómo piensa.
Sí. De a ratos pienso que tendría que contarle todo. Porque, al final, el motor de todo, abajo, bien abajo, es que somos puros mezquinos. Culebras. Es así.
Y, por todo. No me va a decir que hace falta que le explique eso. Con lo que usted debe de escuchar.
Sí, claro. De a ratos pienso eso y después se me ocurre que no. Que pecado, pecado tiene que ser una cosa grande. No una cosa que todos podríamos hacer a cada rato. No sé, pecado: matar a alguien. Por ejemplo. Y entonces eso, me quedé pensando.
Pero claro. Cómo no voy a entender la diferencia entre el bien y el mal. ¿Usted vio que nunca decimos «entre el mal y el bien»? Como que viene toda la frase ya armada, entra así en la boca. O «el gordo y el flaco», ¿vio?
Sí, perdonemé.
Y, así, rápidamente, diría que he sido mezquino. Estas tres semanas. He sido mezquino.
Amén.
Ave María Purísima.
Qué alegría que ya haya llegado, padre. Hemos estado estas tres semanas como maleta de loco, sin saber dónde poner nuestras almas. No se puede dejar a un rebaño sin su pastor, a merced del Maligno, que siempre está buscando por dónde meter su púa. Si usted viera, padre, cómo está aquí todo el día y toda la noche acechando para quedarse con un alma, tentando, fogueando, acorralando. Yo cada día que amanece agradezco ser parte del Ejército de Cristo y me asomo a la puerta de mi casa sabiendo que soy testimonio, emisaria y mensajera de la palabra de Dios, que va a barrer con su justo fuego todo el territorio de aquellos que han cedido a los engaños del Maligno. Yo cada día me encomiendo a un batallón de ángeles para que me proteja y me escolte en este pueblo, que hora a hora se parece más a Sodoma y Gomorra, territorio de pecados innombrables, celebración del Maligno, abierto desafío al Dios infinito que todo lo puede y que solo espera el minuto justo para que aquí no quede piedra sobre piedra. Y yo cada mañana salgo de mi casa a tratar de salvar las almas, retirarlas del fuego del pecado, mostrarles el camino de la luz, prometerles aquello que el Señor tiene previsto para nosotros, explicarles que solo basta con esa palabra poderosa, esa palabra de fuego, esa palabra de piedra que va directo al ojo blanco del gigante, que solo basta con que digan «no». No al Maligno, no a sus promesas, no a sus engaños, no a su inmundo tráfico de lo más oscuro. Y cada día pongo todas mis fuerzas en eso, y cuando llega la tarde y el sol se oculta y vuelvo a mi casa, deshecha por haberle dado mi vida a Cristo en penuria y sacrificio, más allá de todas mis fuerzas, quebrando todo lo humano para que me sostenga solo él, para que la fuerza que me tiene en pie sea solo la de él, cuando vuelvo a casa vencida pero plena de una luz que lo atraviesa todo, me digo: Carlota, otro día en el que has sido emisaria, mensajera, soldado de Dios en la tierra.
Claro, claro que hago examen de conciencia. Claro. Pero es que mi fuerza viene de Dios y entonces me arranca, pobre criatura limitada, de las bajezas de este mundo. Todo mi mérito no es mío. Es solo del Padre. De Él y de su gloria infinita, que nos redime y nos convierte en la mano que ejecuta su obra sobre el mundo.
Estando en Dios no hay pecado, padre. Usted debe saberlo.
No sé qué quiere que le diga.
El Maligno a veces busca las bocas más insospechadas.
No quiero decir más que lo que digo. Por mi boca habla Dios, mis manos son dirigidas por Él, mi pobre y pequeña alma camina el sendero que Él dibuja para mí.
Insiste mucho usted con eso. ¿No ha pensado en que con esa insistencia puede estar cuestionando la obra de Dios?
¿Cómo «si no hay pecado, no hay absolución»?
Usted no es como el padre Núñez, Dios lo tenga en su Gloria.
Ya sé que está vivo. ¿Ahora está mal desearle a alguien la Gloria de Dios?
Está bien. Pero haber empezado a confesar tan tarde fue una decisión suya, no mía.
Digamos que aún no soy lo suficientemente devota. Ese es mi pecado. Por ahora.
Amén.
Buen día, padre, yo me llamo Luisa, vivo acá en el pueblo hace dos o tres años. Yo me había casado con uno que trabajaba como peón en las chacras, pero un día se fue y me dejó con tres chicos. Ahora el más grande ya está crecido, ya va a la escuela. Pero los otros dos son muy chiquitos, y yo me vine a vivir al pueblo justamente porque Carlos, el que era mi marido…
Sí. Perdón. Ave María Purísima.
No sé, padre, yo no soy de venir mucho a misa. No porque no quiera, es que a la hora de la misa yo estoy limpiando el dormitorio del padre. Bueno, estaba. Eso es lo que le quiero decir. Yo limpio acá. El padre Núñez me había tomado. Pero así, sin papeles, nomás de palabra. Yo le limpio la iglesia, la sacristía, la parte del dormitorio, el comedor, la cocina. Yo le hago las compras, los mandados. Todo eso hacía yo para el padre Núñez. Y yo no sabía que se iba a ir. Y menos así, de golpe. Y él no me hizo papeles, nada. Él me decía: «Luisa, no es la iglesia la que te contrata, soy yo, no te podemos hacer papeles, pero mientras esté aquí vos tenés trabajo». Claro, «mientras esté aquí» para mí parecía eterno, y no. Se fue así, de un día para el otro. Y yo hace tres semanas que estoy con los chicos pasando hambre, entonces quería venir a hablar con usted a ver si podemos retomar, porque yo algo les tengo que dar de comer.
No, si ya sé que esto es para confesar los pecados, pero es que estoy desesperada. Si no me da trabajo, la semana que viene voy a tener mucho que contarle, porque seguro que voy a tener que pecar para poder alimentar a mis hijos.
No, no es amenaza, padre. Entiendamé. Usted es cristiano. Es cura, además. Miremé. Yo soy su obra de bien.
Sí.
Sí.
Sí.
Gracias, padre, gracias.
Por supuesto, después vemos los detalles.
Pero hay algo que tenemos que hablar ahora, porque de verdad yo estoy desesperada.
Necesito algo de plata. ¿Podemos hacer el mismo sistema que teníamos con el padre Núñez?
Cuando yo levanto la limosna y el diezmo, cuento todo y separo diez por ciento para mí, treinta para usted y el sesenta para la iglesia.
¿Cómo que usted y la iglesia son lo mismo? No le entiendo.
¿El cuarenta? ¿Me puedo quedar yo con el cuarenta?
Por supuesto, por supuesto. Ni una palabra a nadie.
Sí.
Y, van como cinco minutos de atraso.
Sí, padre. Ahora salgo y les digo.
¿Pecados? Los que iba a tener que hacer si usted no aparecía. Amén.
El padre Ignacio no va a confesar más el día de hoy. En unos minutos va a empezar la misa. Las confesiones van a ser todos los domingos a partir de las cuatro de la tarde. Sí. Sí. Solo los domingos. Los domingos a partir de las cuatro de la tarde hasta unos minutos antes de la misa. Muy linda la misa, padre. Muy linda. Escuchemé, lo último que quiero es molestarlo, yo sé que usted llegó anoche y todavía no se acomoda, pero tendríamos que organizarnos para mañana. Desde temprano va a tener a la gente acá haciéndole consultas. ¿No? ¿Cómo que no? Pero la gente va a venir. ¿Y qué les digo? Pero eso funciona para un día, nomás. ¿Qué sería «interiorizarse»? Tampoco es que hacemos ciencia acá. No, no, padre, claro. Claro. Entonces mañana les digo que vuelvan el martes, que usted va a usar el lunes para interiorizarse. No, no, no, no, el domingo, no. Perdonemé, padre, de verdad. Yo solo quiero ayudarlo. Imaginesé que si hoy tenía una cola larguísima en el confesionario, si usted no habla con ellos en la semana, el próximo domingo va a ser peor. Una semana. Está bien. Esta primera semana para interiorizarse y después… después me va a decir cómo van a ser los horarios de atención. Eso tampoco va a gustar, padre. Acá la gente pasa a toda hora. Está bien. Bueno. Yo solo quiero decirle que cuando avisé que las confesiones van a ser solo los domingos hubo muchas caras feas, eh. Yo lo quiero tener alertado. Porque acá cocodrilo que se duerme es cartera. No, eso. Que hay que despabilarse. Y, porque la gente acá es buena hasta que ya no. Hasta que ya no es buena. Yo cumplo en decirle. Usted ve qué hace. No voy a ser yo la que le esté dando indicaciones. Claro. De buena voluntad, exacto. Yo también vine de afuera, no se olvide. Y a veces uno tarda en darse cuenta de algunas cosas. Y cuando se da cuenta, bueno, ya hizo lo que no tenía que hacer. Sí, padre, claro. Solo rendimos cuentas ante Dios. ¿A qué hora quiere que venga mañana? Y, yo suelo venir siempre temprano. Perfecto. A veces vengo con los dos más chicos, al padre Núñez no le molestaba, no sé a usted. Sí. Sí. Se portan bien. Son calladitos, tranquilos. Padre, otra cosa: ¿usted con los víveres cómo va a hacer? No, porque al padre Núñez le traían las cosas los quinteros y algunos de los que tienen negocio. Pero esos hoy quedaron todos esperando confesión. ¿Compro? ¿Está seguro? Es que una vez que compre en un negocio, ya nadie le va a traer nada. No, digo. El padre Núñez siempre decía lo de los lirios del campo, la providencia, eso. Sí. ¿Quiere que mañana lo ayude con las cosas pendientes? Y, hay varias. Hay dos que se van a casar y tienen que hacer el cursillo, y hay un grupito para primera comunión. Sí. Sí. Gracias, padre. Sí, ya saqué. Le dejé el resto en la alcancía esa que está justo abajo de la alacena. Igual, yo, de ser usted, buscaría otro lugar para guardar la plata. Y, porque acá todos saben que se guarda ahí. Dicho así, «robar a la iglesia», suena grave. Pero usted es nuevo. Todavía no es la iglesia. Y ya le digo, no cayó bien que solo vaya a confesar los domingos. Sí, padre, por supuesto. Nos vemos mañana.
Padre, disculpemé que lo moleste, pero afuera se está poniendo feo. Con esta idea suya de no atender en toda la semana. Yo le dije.
Claro que expliqué, prácticamente no hice otra cosa que eso, estar diciéndole a uno y a otro que usted no iba a atender. Ahora no sé qué va a hacer.
Desde temprano hay gente, asomesé, mire. ¿Y si empieza un poco antes?
Le digo porque la primera que vino es Teresita, pero apenas llegaron otros le hicieron saber que ella no podía quedarse porque ya había estado la semana pasada. Vino todos los días esa mujer. No se va a ir así como así.
Y sí, padre. La fortaleza está en el junco. Así es.
Empiece antes, que ellos vean que usted también puede reconsiderar las cosas. Esta semana ha sido muy difícil. La gente habla y habla. Van a dejar de hablar cuando usted sea accesible.
Toda la razón del mundo. Una semana no es tanto. Igual, va a tener que reconsiderar eso de confesar solo los domingos.
«Pueblo pío», esa sí que es buena.
Me hizo gracia, nada más. Disculpemé, no era mi intención ofender.
Sí.
Yo diría dos días más a la semana. Pero van a querer hablar con usted en cualquier momento, a toda hora. El padre Núñez hacía así. ¿Qué les digo?
Bien. ¿Lo organizo yo?
Sí.
Sí.
Mire, yo le preparo algo de comer, usted se sienta acá, tranquilo, y yo les voy diciendo.
Perfecto.
—El padre manda decir que en un rato nomás ya va a estar por acá para recibirlos y…
—Yo no me voy a ir de acá porque yo llegué primera.
—Ella ya estuvo la semana pasada, nosotros también tenemos derecho.
—Los que ya estuvieron no se pueden quedar.
—Desde cuando sos jefe, vos.
—Y vos desde cuándo sos cristiano.
—Digalé al padre que no nos puede dejar así, sin confesar.
—Digalé que yo no pude comulgar el domingo pasado, que me tengo que confesar sí o sí.
—Que pida ayudante si él no puede.
—El padre Núñez no se andaba con cosas raras, que haga lo que tiene que hacer, qué tanto misterio.
—Digalé que nosotros tenemos el casa- miento pronto, que tenemos que seguir con el cursillo.
—Digalé que yo necesito hablar con él por un tema importante.
—Dale, Noriega, nuestras cosas también son importantes.
—Ya está él haciéndose el hombre notable, ¿qué te hacés?
—Digalé que tenemos que ver lo de la educación religiosa en la escuela.
—Digalé que no puede confesar solo los domingos.
—Y que no puede no atendernos, que estamos todo el día viniendo y el señor está ocupado.
—Luisa, preguntelé si va a querer monaguillo nuevo o va a seguir con el mismo.
—Qué va a seguir con el mismo, estúpido…
—Entonces preguntelé, preguntelé si me deja ser monaguillo.
—Sos muy chico vos, andá a tu casa.
—Bien guardados están hoy esos.
—Ni los nombres. Ya lo fletaron al chico, olvidáte, esos no vuelven a asomar el hocico.
—Ya se queda en la ciudad para estudiar, lo van a mandar al colegio allá.
—Sí, claro.
—Luisa, digalé que yo le puedo limpiar el jardín y ocuparme de los frutales.
—Digalé que están los chicos con lo de la comunión.
—Digalé que tiene que venir a mi casa, mi mamá ya no puede más, necesita verlo.
—Digalé que tiene que hablar con los Ferrera, que si siguen jodiendo con lo del alambre, va a haber problemas.
—Digalé.
—Bueno, bueno, bueno. Va a haber confesión martes, jueves y domingo. A partir de mañana los va a empezar a atender. Hay que ir por orden. Vos, extremaunción para tu mamá. Si puede, hoy. Si no, mañana. Los del casamiento, los sábados a las seis de la tarde. Con la directora de la escuela, este jueves, después de las confesiones. Vos, el tema del alambre, hablálo con el juez de paz. La catequesis para la primera comunión, los martes de cinco a siete. Ahora esperan un rato y ya enseguida viene el padre. Ya desde este martes vamos a tener confesión tres veces por semana, así que les pido especialmente a los que se confesaron el domingo pasado que esta vez les cedan el lugar a los otros. Piensen que es un buen momento para ejercer la tan famosa caridad cristiana.
Varios de los que están en la fila se corren unos pasos al costado. Teresita camina un poco inclinada, como si justo en ese momento hubiera visto algo que le llamara la atención. Se acerca a los rosales.
—Acá hay pulgones. Digalé al padre que me voy a mi casa a buscar veneno y ya enseguidita vuelvo y se los limpio.
Luisa abre la puerta de la iglesia y los que están primero se van a acercando al confesionario.
—Tampoco se amontonen tanto, que el que se confiesa no tiene intimidad. Del primer banco del fondo, para afuera.
Los cuerpos retroceden, niños obedeciendo la indicación de una maestra. Hay un silencio opaco en los que están dentro de la iglesia. Los que han quedado fuera siguen con sus voces en molestia. Él termina de comer, levanta las cosas de la mesa, lava los platos, mira por la ventana, hace alguna cuenta secreta, un cálculo privado sobre culpas y promesas. Busca en el bolsillo de la camisa un cigarrillo que no encuentra, se acuerda de que ahora no, aquí no. Le molesta. Va hasta el cuarto. Mesa, silla, crucifijo, biblia, un cuaderno de tapas negras, una carpeta con los documentos que le han entregado. El fastidio. La peor compañía de un confesor. Busca las telas que hacen el ritual. Piensa en su confesor, en su maestro, en el hombre que le dijo que esas ropas eran hábito, disfraz, estructura y sostén.
Ave María Purísima.
Yo soy Quintana, el padre Núñez le habrá hablado de mí. ¿Está ahí?
Ah, sí, como no me decía nada.
Quintana, soy.
Sí, sí, ya sé. Dios conoce nuestro nombre. Yo era para que usted supiera que soy yo. Para Dios, no es necesario. Para usted, sí. Tiene que ir familiarizandosé con el pueblo, con nosotros. Con nuestras formas, digo.
Claro, la confesión, es verdad. Solo que como usted no recibía a nadie y yo quería hablar un poco, pensé: si tengo que venir acá, vengo, ¿eh? Yo soy buen cristiano.
Sí, de los pecados podemos hablar después. Yo ya quería ponerme en contacto con usted, el padre Núñez le habrá hablado de mí, le habrá explicado cómo es un poco el funcionamiento acá. Cuál es el lugar de cada uno. Yo vengo nomás a presentarme, a que usted me conozca. Ya le habrá dicho el padre que estoy a disposición de la Santa Iglesia, que yo me ocupo de que las cosas anden bien, tranquilas, por el buen camino. Lo que me gusta- ría es conversar un rato para poder ponerlo al tanto de ciertas…
Sí.
Sí, padre, claro.
¿Ahora?
Bueno, no sé. Tendría que pensar.
Así, de golpe, no me viene.
Acto de contrición, sí.
Claro.
Está bien.
Pensamiento, palabra, obra y omisión.
Sí.
Igual, me parece que usted no me entendió, yo lo que quiero…
Sí.
Sí.
Sí, padre. Examinar nuestra alma y ser sinceros.
Sí.
Amén.
—Uy, Quintana lo despachó en dos minutos al curita nuevo.
—¿Qué decís?
—¿Qué hizo? ¿Entró, se persignó y salió?
—Mejor, si se le da por confesarse en serio, estamos acá hasta mañana.
Una mano golpea la nuca del que acaba de hablar.
—Calláte. Te hacés el gracioso y así te va. Te llega a escuchar.
—¿Quién está adelante?
—Artusi.
—Ay, Dios.
Ave María Purísima.
Hace un mes que no me confieso. Razones de fuerza mayor, como usted sabrá. Quise ir a otro lado a buscar el sacramento, pero me fue imposible.
Sí.
He pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión. No he estado a la altura de lo que el Señor espera de mí.
La condición humana. Sí. Puede ser. En mi caso es un poco más.
Yo estaba predestinado a ser sacerdote. Ahí donde está usted debería estar yo.
No, no digo exactamente ahí. Lo que quiero decir es que si las cosas hubieran estado bien, yo lo estaría confesando usted. Usted viviría acá y yo le daría el sacramento de la confesión. Estaríamos al revés, ¿entiende?
Sí, claro, usted también podría ser sacerdote, es verdad. Pero no habría dos en el pueblo. Entonces, si tuviera que ser solo uno, sería yo. Eso digo. ¿Usted hace mucho que se ordenó?
Claro, ve, yo tendría más experiencia que usted. Bueno, a veces la vida es injusta.
Sí, planeada por Dios pero injusta.
¿Y si la voluntad de Dios está equivocada?
Será pecado pero también es pregunta.
Sí, lo del libre albedrío suena lindo, pero al final «libre, libre» no es.
No, padre, cómo voy a cuestionar el regalo de la vida. Pero expliquemé: ¿por qué usted es sacerdote y yo no?
Bueno, pero con eso también se termina toda conversación. Si a todo le ponemos el sello de la voluntad de Dios, es bastante jorobada la cosa.
Sí, claro que rezo. «Hágase en mí tu voluntad». Sí. Pero usted, por ejemplo, ¿cuánto cobra?
Tiene que ver, tiene que ver. Los lirios, el campo, todo eso. Es un trabajo que yo podría hacer bien. Pero no me dejaron.
Mi madre. Mi-ma-dre. La santa, la pía, la beata. Pero a mí no me dejó ser sacerdote. Ella y el que estaba en el seminario cuando fui a consultar. Mucha charla, mucha entrevista, mucho pico para después decirme que yo no tenía el carácter para ser cura. ¡El carácter! Por favor, el monigote ese con pollera qué puede saber de mi carácter. Yo hubiera sido un sacerdote magnífico. Un verdadero pastor de rebaño, un líder, yo hubiera hecho perfecto el trabajo. Empleado del mes de la diócesis. Hubieran tenido que dejar el cuadrito colgado siempre con mi foto. Premio a la productividad me hubieran dado. Usted ¿tiene vacaciones?
Ya le dije. No estuve a la altura de lo que el Señor espera de mí.
Bueno, es una forma de resumir. Finalmente, mis pecados siempre son eso: no estar a la altura. Igual, yo creo que es importante que un sacerdote asuma que también es uno del rebaño, con las mismas tentaciones, con las mismas debilidades, con los mismos pecados. Amar la propia humanidad, ¿no?
No, no hablo de usted, hablo de mí.
Sí, dije «sacerdote» porque yo tendría que haberme ordenado. Ya llevaría como treinta años de sacerdocio.
Digo, pretender ser santo también puede ser un pecado, ¿no? Soberbia.
Aspirar. No pretender. Está bien. Sí.
¿Cómo?
La verdad, no me parece bien que usted me responsabilice de su falta de organización. El domingo pasado confesó solo a algunos, estuvo toda la semana sin atender gente, y ahora, claro, me apura a mí a que le diga rapidito una lista de pecados para hacer la morisqueta esa de la cruz y despacharme enseguida. ¿No es así? ¿Eh? Usted debería revisar su vocación, porque no está trabajando bien.
Sí, ya sé. Il íniqui ki pidi jizguirnis is dis. Todo puede. Juzgarnos e imponer su voluntad. Así es fácil. Así cualquiera.
¿Qué? ¿Me va a absolver así sin más?
Bueno, recién me preguntaba por los pecados.
Sí, le contesté eso pero…
Cómo se ganan la vida fácil algunos, ¿eh? Sí, sí.
Amén.
Ave María Purísima.
Confieso que he pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Hace un mes que no me confieso, padre. Y tengo que decirle que lo que más me preocupa es que si no se salvan todos no se salva nadie. Usted lo sabe, yo lo sé, Dios lo sabe. Y en este pueblo… falta caridad, padre. Amor al prójimo. Falta caridad cristiana. Me quedé el domingo pasado y este viendo quién llegaba al confesionario y quién no. Muy descorazonador. Y si usted viera, padre, lo que tendrían para decir algunos que no llegaron. Así no se puede. Yo les digo que tienen que venir a confesarse todos los días. Cada día hay fallo, así que cada día debería haber contrición, confesión y penitencia. Tenemos que hablar de eso, padre, porque esa decisión suya de confesar solo tres veces por semana es contraria al plan de Dios. Con todo respeto se lo digo, pero ¿tres veces por semana en este pueblo? Eso no va a funcionar. Y menos ahora, imaginesé, que llevamos un mes sin confesarnos. No, si yo anoche pensaba en usted y decía: «Este hombre va a quedar sepultado por el peso de las confidencias». Y después me dije que no, qué peso, si seguro que no le dicen nada. Yo lo ayudaba al padre Núñez, ¿sabe? Porque si uno no tiene un oído entre la gente, no puede ser buen pastor. Se hace una imagen que no es. Y un pastor tiene que conocer las debilidades, las inclinaciones de sus ovejas. Para mí, el pueblo es un organismo vivo. Es así. Tenemos que pensarlo así. Yo también soy responsable de los pecados de mis hermanos. Bueno, responsable es una forma de decir. No son mis pecados. Pero yo puedo hacer de puente ante Dios. Porque hay gente que dice que hace eso —la Teresita—, y en realidad, en el fondo, lo único que hace es regodearse en el chisme y en el juicio. Y eso está mal. Yo le he dicho a la Teresita que eso que ella hace de sentirse más que los otros no es del agrado de Dios. Hace mucho le dije. Ahora no nos hablamos. Porque ella es como que se cree el arcángel Gabriel, la dueña de la verdad. Lo venía a ver al padre Núñez todos los días y después andaba haciendo de cuenta que era su consejera. Para mí, igual, está un poco mal de la cabeza. Por eso ya no le discuto. Qué vas a andar discutiendo con los locos. Había una época en que éramos amigas y todo. Llevábamos el tema de las colectas, todo lo que era acción social, todo eso. Antes del padre Núñez. Cuando estaba Gutiérrez. ¿Lo conoció a Gutiérrez? Cuando se fue, decían que se lo habían llevado al Vaticano a trabajar con el papa, pero unos años después la cuñada de los Rufail lo vio en Entre Ríos. En un pueblito. Una capillita minúscula. Lo quiso saludar y el otro se hizo el desentendido, se fue a la carrerita por detrás del altar y ya no salió. Quedó media desconcertada la mujer, porque estaba muy emocionada de encontrarlo tan lejos y quería saludarlo, y nada, Gutiérrez prácticamente se evaporó. Yo creo que la Iglesia tendría que decir a dónde se va la gente cuando se va, ¿no? Mucho misterio. Cura, mensaje del Vaticano o del arzobispo y chau, a otro destino. No es que esté cuestionando las decisiones de la Iglesia, pero decir un poco, ¿no? Bueno, pero yo le estaba hablando de la Teresita. Antes no era así. Después, cuando se fue el marido, ya se puso medio obsesa. Usted sabe que se le fue el marido, ¿no? Fue bastante escándalo en su época —esto, hace mucho—. Él llevaba los libros de la cooperativa, y parece que antes de irse rascó la alcancía hasta el fondo y se llevó todo lo que pudo. Y ella, de una pieza. Helada. No entendía nada. Dicen que lo fue a buscar a la cooperativa porque se había pasado toda la noche trabajando. Que se había ido de la casa a la tardecita diciendo que tenía que hacer unos asientos antes de presentar los balances y que se iba a demorar y que no se preocupara. Y se fue en el auto. Ya eso, raro. Porque la casa de la Teresita está ahí nomás de donde era la cooperativa. Diez cuadras serán. Pero él se fue con el auto. Y ella vio que se hacía tarde y más tarde y más tarde y ya decidió acostarse porque se imaginó que él debía tener flor de lío con esos papeles si se demoraba tanto. Y al otro día amaneció, se preparó un té y estaba ahí, esperando a ver si él llegaba, para hacerle el desayuno y ver que comiera algo antes de descansar. Y el otro no venía, no venía, no venía, y entonces ella fue a la cooperativa y ahí se encontró un revuelo bárbaro, porque justo habían tenido que abrir la caja fuerte para hacer unos pagos y se habían encontrado con que estaba todo vacío, y justo estaban viendo de ir a la casa de Teresita para hablar con el marido, para avisarle, para que él dijera cómo había que proceder. Y bueno. Ya cuando la Teresita les dijo que él no había vuelto, sumaron dos más dos y la cosa se puso fea. Nadie en el pueblo pensó que ella estaba metida, eso no. Yo digo: no por falta de maldad, ¿eh? Más bien por falta de luces. Ella es media… así. Pero digo: nadie la acusó ni nada, pero se ve que ella sintió que tenía que hacer repudio público del marido para que todos supieran que la mayor damnificada era ella, la primera víctima, la que más sufría, la más herida. Y le agarró ese baile en la cabeza de creerse que es la reina de los cristianos y que ella es el enlace de Dios con la tierra. Yo, cuando todavía hablábamos, le decía: «Ojo, Teresita, que eso es soberbia». Y sí. Como todo soberbio: quiere borrar de la faz de la tierra al dueño de la voz que le señala su pecado. La dueña, en este caso. Por eso yo quería venir a decirle que acá estoy, que cuente conmigo, que yo puedo pensar con usted cómo hacer para salvar el rebaño completo. Una sola ovejita que se nos pierde y el plan de Dios se rompe, ¿no es cierto? Yo lo ayudaba así al padre Núñez. Quizás ahora usted no tiene tiempo. Porque viera la cola de gente que hay afuera. También me da bronca eso. Porque están fingiendo. Uno ve ese amontonamiento y lo primero que piensa es «¡Qué pueblo cristiano!». Pero no, padre. Vienen a curiosear. A verlo a usted, a medirlo. Como ir al club, ¿entiende? Como sentarse en la vereda. Yo le digo para que no se cree una falsa impresión. Porque después el golpe puede ser grande. Si usted quiere, yo después lo visito en la semana. Mañana, por ejemplo. Y ahí podemos charlar un poco.
Sí, digamé.
Ah.
Bueno, el principal pecado mío yo diría que es no haberme confesado en cuatro semanas.
Sí.
En principio, eso.
Y, no sé, no sé. Se imagina que uno si no se confiesa se va olvidando. Sobre todo cuando son cosas así, pequeñas. Estuve poco piadosa, diría. Pero no por desidia. Más bien, distracción. Podría ser mejor cristiana si estuviera más atenta. Pero también pienso que si Dios quisiera eso me daría lo necesario, ¿no? Yo siento más bien que estoy aquí como guardián de mis hermanos.
No, claro, lo de Caín y Abel no terminó bien. Pero usted me entiende lo que quiero decir. Una gota de piedad en un océano de mezquindad también es un modo de hacer la obra de Dios. Usted lo debe saber mejor que nadie.
Sí.
Sí.
Sí, padre.
Amén.
Ave María Purísima.
Disculpemé que le salga con esto, padre, seguramente no es el momento, pero siempre lo quiero preguntar y en el momento me da pudor y después me olvido. ¿Por qué «sin pecado concebida»?
No, si eso lo sé. Pero por qué «concebida». Parece que la que fue concebida sin pecado fuera la Virgen. Para mí que está mal, porque él que fue concebido sin pecado es Jesús. Pero acá decimos «sin pecado concebida». ¿Cómo es? ¿Ella también nació así? Sin que los padres…
Ah, sin el pecado original. Como sin antecedentes, digamos.
Antecedentes, sin ficha, digamos, prontuario limpio.
Sí, señor. Ayudante primero Maldonado.
Se me olvida que no se da el nombre acá, disculpe, la costumbre. Entonces María nació sin pecado original pero, entonces, los padres, con el método habitual, ¿no es cierto?
No, no, era eso, cada vez que oía «Ave María Purísima, sin pecado concebida» me quedaba ahí prendido diciendo «¿Cómo “sin pecado concebida”?», está mal dicho eso, ¿me entiende?
Sí.
Sí.
No me acuerdo bien cuánto hace que no me confieso. No soy supercumplidor yo. Digo, trato de hacer las cosas bien, pero por ahí pasa un tiempo largo que no voy a misa o que no me confieso o que no comulgo. Me sabe tocar la guardia el domingo, entonces también eso complica.
Yo ahora venía más que nada a conocerlo, a ponerme a su servicio, a saludarlo. Yo sé que usted ha estado esta semana bastante ocupado y que no ha atendido, entonces me dije «me hago una corridita cuando esté confesando, lo saludo y me presento».
Sí.
Bueno, era más que nada para eso, pero tiene razón, ya que estamos me confieso. Dos cosas. Bueno, quizás hay más, pero yo dejé la comisaría sola y tengo que volver rapidito. Por eso, ahora, lo primero que viene a la mente, dos cosas. Una, un poco vieja. Pero que no tuve con quién hablarla en su momento. Había un muchacho del otro pueblo que quería postularse para un puesto. Un puesto en la ciudad. Y tenía que presentar los papeles acá. En la comisaría. Y yo los tenía que llevar y presentar en la ciudad. Y los perdí. Se me perdieron. Los perdí. Los perdí queriendo, quiero decir. Los rompí. No los presenté. Nada. Listo. Pasa que mi primo se presentaba para el mismo puesto y él tiene familia, tres chicos, está en una situación difícil, la mujer enferma, difícil en serio. Y en cambio este otro chico de acá del otro pueblo, uno que está bien, niño mimado, vive con los padres, le han comprado una chata, no le falta nada. Y entonces, bueno, hice eso. Yo sé que está mal. Por eso se lo digo. Lo confieso. Está mal. Igual mis intenciones eran buenas.
Sí. Está mal. El fin no justifica los medios. Sí. ¿Eso es de la Biblia, padre?
Sí, perdón. La segunda cosa es que recién me salteé toda la fila. Dije que era algo oficial y pasé primero.
Sí. Está mal. Pero quería presentarme. Y no puedo abandonar la guardia.
Sí.
Amén.
Ave María Purísima.
Qué tal, padre. Bienvenido.
Estamos contentos de que haya llegado. Padre, yo trabajo con Quintana. Le digo para que usted sepa que viene de buen lado. Disculpemé si yo me presento y ahí nomás le doy consejo, pero cuando estaba esperando afuera oí que el chico de las chacras, el morochito, andaba pidiendo ser su monaguillo. Yo le diría que mejor no, padre. Monaguillo, no. ¿Vio que ahora usted puede contar con la ayuda de una mujer para eso? Algo nuevo, que hizo el papa este. Sabe usted, ¿cierto?
Claro, claro, cómo no va a saber. Se lo digo porque acá monaguillo mejor no. Yo no sé cómo decirle, pero me imagino que usted ya debe saber. Se dijeron cosas feas sobre el padre Núñez. Cosas que no hay que andar diciendo, andar dañando así la reputación de un hombre. Pero siempre hay miseria, ¿vio? Envidia, mala lengua. Y el chiquito ese, el Gregorio. Malicioso, ese chico. Todos sabemos. Pero ya los padres empezaron con que iban a ir a ver al obispo. No se crea que acá no hablamos con ellos. El propio Quintana fue. Explicarles que no era así la cosa. Ellos tienen un hijo torcido. Mentiroso. Rarito y mentiroso. ¿Y después la culpa es del cura? Les explicamos. Bien, primero. Después ya Quintana les dijo que estaban rompiendo la paz social. No entienden ellos. Y al final, para qué. Nos dejaron a nosotros sin el cura y han tenido que mandar al chico a vivir a otro lado. Porque será muy pichón, todo lo que usted quiera, pero nosotros ya vimos que ese es cachorro de hiena. Que le cuesta acomodarse. Si todos nos acomodamos. Y así vi- vimos tranquilos. No, él tuvo que empezar a gritar como tero. Una desgracia, el chiquito ese. Y los padres se van a tener que ir, nomás. Ellos también. Acá no van a poder vivir tranquilos. Todo el pueblo les va hacer saber que por culpa de ellos el padre Núñez se tuvo que rebajar a defenderse de esa inmundicia que andaban diciendo. Ahora se esconden. Deben estar planeando la retirada. Y queda claro como el agua. ¿Quién estuvo mal? El chico. Y ellos, por andar dándoles tanto tambor a las pavadas que decía. ¿Pero al final qué pasa? Al padre Núñez lo trasladan. ¿Lo hacen responsable? No, obvio. Si no, tendrían que suspenderlo como sacerdote o iniciar algún sumario, no sé cómo es en el caso de ustedes el tema de los juicios. Pero no hicieron nada de eso. Nomás un traslado a otra capilla. Entonces queda clarísimo que él no hizo nada malo. Si no, lo hubieran castigado. Y además, si hubiera hecho algo que dicen que es malo… ¿Qué es malo? ¿Nosotros vamos a juzgar las debilidades de un hombre santo? ¿Nosotros vamos a tirar la primera piedra? No es de cristianos eso. Está mal. Muy injusto para el padre Núñez. Y nosotros nos quedamos sin cura. No me entienda mal, estamos contentos de que esté usted ahora. Pero previendo que en este pueblo siempre hay algún loquito que quiere hacer daño, yo le diría que no tome monaguillo. Pidalé a la Teresita o a alguna de esas mujeres que no le van a faltar nunca a misa. Y, disculpemé, pero sería bueno que usted se buscara compañía femenina.
No, no, no, no, escuchemé, escuchemé. Puede ser una novia si usted quiere, acá nadie le va a decir nada. Puede ser la Luisa, que ya vi que la tiene en la iglesia ayudando.
Ella está sola, fea no es, la va a tener todo el día a mano, ya tiene chicos, así que si le aparece otro tampoco va a ser el gran escándalo. Pienseló, porque a la Luisa ya la tiene en la casa y tampoco se va andar retobando tanto porque necesita el trabajo. Y si no, padre, lo que le recomiendo es que lo vean entrar en El Farolito. Usted lo debe haber visto ya. Un kilómetro antes de la entrada al pueblo, ahí donde está la lucecita roja. Ahí la mujer del Turco maneja unas chicas. Son todas de afuera, ¿eh?, ninguna de la zona. Lindas chicas. Acá en el pueblo no las va a ver porque la mujer del Turco no las deja salir. Son chicas de mala vida, ¿vio? Si empiezan a dar vueltas por acá, siempre va a ser para problema. Así que ellas están allá, trabajan allá y no les falta nada porque todo lo que necesitan lo compra el Turco y se lo lleva. Sería bueno que a usted lo vieran entrar ahí. No le digo muchas veces, sino hasta que tenga compañía estable. Por ahí le lleva un tiempo. Bueno, salvo que le guste la idea de la Luisa, porque ahí se trata de hacer fuerza, imponerse un rato y ya está, ya la tiene. Y ya después eso se va haciendo costumbre. Pero sería bueno que lo vieran pronto. Para que no aparezca nadie diciendo esas cosas de los curas y los niños, esa estupidez que se ha puesto de moda ahora, mire si van a pasar todas esas cosas que se inventan. Y, además, si pasaran, no han de ser tantas, y lo que le decía antes: ¿quién está en condiciones de tirar la primera piedra? Así que eso nomás, padre. Yo hoy no me confieso porque ando apurado y usted tiene mucha gente esperando. Pero puedo pasar después de la misa y lo busco en el auto y nos vamos juntos a El Farolito. Ahí nomás yo le abro una cuenta corriente, usted no tiene que pagar nada, de eso se ocupa Quintana. Pero lo presento con la mujer del Turco y, si quiere, le muestro las chicas más lindas. Usted me dice si las prefiere tímidas o atrevidas. Las que recién llegan siempre son las más calladitas, pero hay que ver si le gustan, porque lloran mucho y eso a veces molesta, te desconcentra. Pero las que están hace mucho ya se ponen muy atrevidas, muy zorras. Y uno quiere estar con una chica, ¿no? No con una puta. Esas ya son muy putas. Bueno, eso nomás, padre, ya me voy, vuelvo esta tarde.
Cierra la cortina para opacar la rejilla del confesionario, abre la puerta, sale. Escucha las voces que empiezan a reclamar que todavía no es hora de la misa, que hay muchos para confesar, que no se puede ir así. Camina hasta la sacristía. Le pide a Luisa que avise que va a hacer una pausa en las confesiones, que en unos minutos vuelve. Entra a la cocina, oye el murmullo, las quejas, los resoplidos. Va hasta su habitación a buscar los cigarrillos. Se sienta en la cama después de abrir la ventana. Una bocanada que quema. El alivio de la espina. El juicio que empieza a armarse por dentro. El movimiento rápido que lo contenga: ¿quién está en condiciones de tirar la primera piedra?
Vuelve a la cocina, enjuaga una taza. Camina, entra desde atrás a la nave de la iglesia. La penumbra apenas deja ver la fila de gente que desaparece en dirección a la calle. El graznido de la puerta del confesionario. El ruido de un cuerpo que se arrodilla del otro lado. Un suspiro.
Ave María Purísima.
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