titulo 400 px
La historia empieza en Transilvania. De repente el conde Drácula siente que ya no hay sol (que hay que recordar que es su mayor enemigo) y abre sus ojos inyectados de sangre. Tiene mucha hambre. ¡Mucha! Y ya sabe quiénes son sus víctimas: el panadero y su esposa, dos gorditos buena gente que piensan que el Conde es un vecino más del barrio.
Escribe

Woody Allen

Relata

Hernán Casciari

Duración

5 min 2 seg
Que sean tan ingenuos le da un condimento extra, la estupidez es como sal en la boca del Conde, así que en un segundo Drácula se convierte en murciélago y llega rápido a la casa del panadero y la esposa.

Una vez ahí, se transforma en persona y golpea la puerta.

Abre la mujer del panadero y dice: «¡El Conde Drácula! ¡Qué linda sorpresa!», y lo hace pasar.

El panadero se acerca y le pregunta qué hace por ahí, a lo que Drácula responde, ya salivando: «Teníamos agendada una cena, ¿o no se acuerdan?». «¡Claro, sí, nos acordamos!», dice el panadero. «¡Pero es dentro de siete horas!».

Drácula no entiende. ¿Siete horas? ¿Cómo que siete horas? Y entonces los gorditos sonríen y ella dice: «Ay, pero qué personaje este Conde, seguro que vino a mirar el eclipse con nosotros».

Ahí Drácula entiende todo: están en medio de un eclipse de sol y la luz va a volver en dos minutos. Si no se va a tiempo, va terminar calcinado sobre el felpudo. A Drácula le baja la presión. «Perdón, perdón, me confundí», dice el Conde mientras sacude el picaporte de la puerta. Pero el matrimonio, que es muy hospitalario, está decidido a darle algo para la presión, porque lo ven muy pálido, más pálido que nunca.

La mujer le ofrece vino, un sobrecito de azúcar… pero Drácula no quiere nada: les dice que no toma vino por un tema hepático y que además tiene que volver al castillo urgente porque se dejó todas las luces prendidas y después le llega una cuenta de luz tremenda.

«Está bien, está bien», dice la mujer, «pero vuelva a cenar esta noche. Mire que ya compré todo… voy a hacer un pollo al horno que se va a chupar los dedos».

Drácula la mira y dice que sí, desesperado. «¡OK, yo traigo el postre!» dice, mientras abre la puerta de calle para irse al castillo corriendo. Cuando de repente escucha al panadero que dice: «Mirá, vieja, qué lindo cómo va apareciendo el sol, parece una uña dorada».

Ni bien escucha eso, Drácula se mete en la casa de sus vecinos y cierra la puerta. «¡Listo! ¡Me quedo! Sirvan lo que quieran pero cierren todas las persianas, ¡por favor!».

«Pero no tenemos persianas, Conde».

«¿Qué?», dice Drácula. «¿Y un sótano? ¿Tienen un sótano?».

«Yo siempre le digo: Arturo, tenés que hacer un sótano, pero vio cómo es mi marido». Mientras la mujer del panadero habla, Drácula empieza a ahogarse y busca un lugar cerrado con desesperación. Encuentra un ropero, en el pasillo, se mete adentro, cierra la puerta y, desde adentro, le dice al panadero que lo llame a las ocho y media.

El matrimonio no lo puede creer. Se ríen: «¡Vamos, Conde, no se haga el loco». «No, no, no, en serio, no puedo», les grita Drácula. «Déjenme acá hasta las ocho. Yo estoy bien. Me encanta este ropero».

De repente suena el timbre y entra el alcalde. Pasaba por ahí y decidió darles una sorpresa al panadero y a su mujer. Ella, contentísima por la visita, empieza a los gritos y le dice a Drácula: «Salga, Conde, salga, que pasó a saludar el alcalde».

«¿Está el Conde acá?», pregunta el alcalde. Y entonces el panadero le explica, ya un poco incómodo por la situación, que el Conde está, sí, pero que se metió en el ropero. «Déle, Conde…», dice el panadero. «Ya está el chiste». Y el alcalde le dice: «Salga, amigazo, venga a tomarse un vino con nosotros».

Pero Drácula está atrincherado. Sin perder los modales, les dice que charlen entre ellos, que él va a salir cuando tenga algo para decir. Extrañados, el panadero y el alcalde toman sus copas de vino y hablan del eclipse un rato. Hasta que el alcalde, que ya no aguanta la situación, abre la puerta del ropero y dice: «¡Vamos, Drácula! ¡Déjese de joder!».

En ese instante, la luz del día le cae de lleno al diabólico monstruo, que suelta un grito desgarrador y se convierte primero en esqueleto, y después en polvo, ante los ojos de todos.

En ese instante, la luz del día le cae de lleno al diabólico monstruo, que suelta un grito desgarrador y se convierte primero en esqueleto, y después en polvo, ante los ojos de todos.

También te puede interesar

Estás a un clic de escuchar
el cuento entero…

Para escuchar este contenido completo tenés que iniciar sesión. Al hacerlo, vas a acceder a crónicas, cuentos, audiolibros y más.