ARBITRARIEDAD. A los niños hay que explicarles lo mínimo; se los cría con tironeos de arbitrariedad que son decrecientes a medida que ganan competencias intelectuales y capacidad de leer los contextos. Esta arbitrariedad está modelada por la educación de los padres, por el acuerdo entre ambos sobre qué es lo mejor. Pero no hay que venderles la arbitrariedad llenándolos de prejuicios o miedos, ni por la más cómoda de todas las justificaciones: «lo hago por tu bien». Irán descubriendo solos la materia de la que están hechas estas decisiones, preguntando, adivinando. El niño tiene que jugar, no adentrarse en abstracciones que no puede comprender. Así que esto es arbitrariedad, juego, arbitrariedad, juego.
AMOR. Por efecto de la moda, por el cine, por las traducciones y porque no se pueden defender de mi amor desde que nacieron, por todo eso les digo a mis hijos «te amo». Les digo esto varias veces por día, los abrazo; realmente, un pesado. Al mismo tiempo, es una voz tan tan sincera que si pienso en esa sinceridad que conseguí para amar y para decirles «te amo» automáticamente me emociono. Mis hijos tienen su chanchito lleno de monedas de amor paterno. ¿Eso mejorará su suerte cuando venga la yerra, el tiempo de la cosecha, cuando aparezca la luz mala? Es un amor sin límites y con ulterioridades que se pierden en el espacio y en el tiempo.
BILLETES. Los niños tienen gran curiosidad por la plata. Vuelvo de la calle y descargo mi lapicera, mi SUBE, mis anteojos y el pilón de billetes doblados. Se tiran de cabeza a los billetes y, por supuesto, regalo los de veinte, los de cincuenta, el cambio chico. Si total… Simón y Amparo están ahorrando un montón de papelitos en su cajón de los calzoncillos y las medias, y los cuentan cada día como viejos amarretes de seis y siete años.
BAUTISMO. No hay que esperar que ellos elijan, a la edad de elegir, van a elegir faltarte el respeto, darte un disgusto o, mucho peor, darte la razón para que no te enojes o no decepcionarte. Como les pusiste un nombre y controlás qué lleva la sopa de verdura, les clavás la religión oficial de la casa. Si Dios existe más o existe menos, no es muy relevante, tampoco existe Manuelita. Si los bautizás, les definís de arranque qué es lo que es esta familia, cuál es su marco cultural, a qué universo pertenece; y si mañana se quiere hacer chino o chiita, pues estará saliendo del marco que la familia le estableció. Si todo es relativo, si todo está abierto a lo que el niño disponga, pues bien, pues todo quedará demasiado fluido. Esto mismo aplica para los ritos de los compañeros de la colectividad, hinchada amiga.
CUMPLEAÑOS. Está pasando algo terrible con las fiestas infantiles. Son todas iguales. Todas suceden en los mismos cinco lugares, con las mismas animaciones, las mismas maquilladoras y las mismas camas saltarinas. Se divierten, pero es imposible que recuerden qué sucedió en cada cumpleaños, porque todos ocurrieron, además, a la misma hora y bajo la misma luz blanca, pegado en la agenda con el jardín o la escuela. Nadie quiere complicarse la vida comprometiendo su hogar. Durante la llamada «pandemia», se impuso el modelo de la plaza para que los niños no se contagien y se mueran o maten a sus abuelos, pero es realmente una alternativa muy sucia: no hay baños, y un cambio de temperatura o un viento fuerte te saca de la cancha. ¿Qué va a pasar con esto? El modelo no va más. De hecho, por las fotos, en el futuro no va a quedar claro si fue el cumple de cuatro, o de cinco, o de ocho o de nueve.
DIVERSIÓN. Los niños reciben la instrucción de divertirse, o sea, la instrucción de presentar a los padres postales de satisfacción con las escenas a las que son empujados por ellos: cumpleaños, escuela, fútbol, danza. Me parte el alma que haya un solo niño sobre la tierra actuando para dar el gusto, para encajar. Más me duele cuando los niños son neurodiversos y luchan para no serlo, y quedan tironeados entre su naturaleza y las expectativas. Es del tipo de cosas que parecen no tener arreglo y donde tener recursos no parece solucionar las cosas, porque padres desenfocados pero millonarios son desenfocados millonarios. Para mí, la diversión es que los pibes quemen las horas con sus amigos, o solos, ganando autonomía, explorando el mundo, apropiándoselo, y con los padres metiéndose lo mínimo.
DORMIR. Creo que lo importante es dónde se despiertan, no dónde se duermen. Por lo tanto, para mí no es un escándalo que se duerman en el sillón o en el suelo, abatidos, o en la cama de los papás después de o durante —mucho mejor— un cuento, o viendo fútbol en la tele, mientras se despierten en sus camas. En cuanto a la hora de dormir, que todos duerman lo más posible, un ejemplo que tiene que arrancar de los padres. Los pibes tienen que dormir diez horas. Hay que comer temprano —lo que ayuda, además, si los padres hacen el ayuno intermitente— y bajar las luces. Hay que dormirlos sin ansiedad por que se duerman, apoyarles la mano en el pecho, presión ligera, que sientan cómo la respiración viaja por todo el cuerpo. Hablar despacio, apagar la luz, contar siempre una anécdota, pedir que la imaginen, que callen, murmurarles, shhh. Y se durmieron. Puedo hacer esto mismo en otras casas con niños que no sean los míos, pero por muchísima guita.
EQUIVOCARSE. El niño se va a equivocar, y hay que perdonarle la vida. Que no nos gane el cansancio, el hartazgo. Que aprenda del error, pero que no se sienta mal por el error. Si la equivocación fue grave, retomarla en frío. Si fue leve, agarrar el trapito amarillo de la cocina y pedir que limpie. Si no puede, si no quiere, limpiamos nosotros, y olvidar.
ESTAFA. Con los niños nunca alcanza. Siempre habrá un reproche, algo que falta, algo extra que querrán hacer. Parecen minas. No pasa nada, así es el laburo, y el premio es verlos crecer, ganar autonomía, desarrollar talentos; la recompensa son ellos mismos, no que nos feliciten o que nos den el gusto de ser buenitos e irse a dormir por las buenas y lavarse los dientes. Es una lucha de punta a punta. Y en la que se deja la propia vida para que ellos tengan la suya.
FELICIDAD. Los fines de semana son largos, y es útil pegotear niños en una casa para pegarle un tiro a una de las piernas del fin de semana. Y si bien, vamos a decir, una casa llena de niños es lindo, porque uno los ve crecer en directo, y estudia las nuevas estrategias que adoptan para reclamar, y el desprecio renovado que exhiben por lo que no les gusta, también es cierto que es feo que el adulto se entregue, como el sargento Cabral, a una causa improbable: la felicidad en el largo plazo de los pibes, consecuencia ilusoria de mirarlos permanentemente cuando son niños, y de que los papis pierdan durante tanto tiempo, un fin de semana entero, su posibilidad de introspección, de conexión lírica y encuentro con el ser superior.
FUEGO. Los niños tienen que estar cerca del fuego apenas puedan reconocer el peligro de quemarse. No antes. Pero tienen que aprender pronto a cambiar el estado de los alimentos. El peligro nuclear no solo subsiste, sino que crece en la medida en que no podamos ganarle la guerra a Rusia y que debamos reemplazar fósiles por energía nuclear. Por lo tanto, los niños entrenados en la supervivencia de la especie son esenciales en caso de que suceda lo peor. Lo mismo aplica para las alturas y el agua.
GANAS. Las ganas de un niño se escuchan y se manipulan en partes iguales. Los anotás en siete actividades extraescolares, y pasados unos meses quedan claras sus ganas de quedarse en unas y no en otras. Pero no probás de a una, porque si no es muy lento el proceso. Todas de un saque. Fútbol, tenis, patín, ajedrez, ciencia, plástica, acrobacia, y de ahí va quedando claro por dónde va la mano.
GASTAR. Especialmente con el primer bebé, no hay que gastar de más; los seis modelos de chupetes, cosas así, todo eso no va. No a los calentadores de mamaderas, no a la ropita cara. Comprar una bolsa de cien kilos de bodies en la avenida Avellaneda es mejor que cincuenta bodies traídos desde Miami. Peor calidad, sin duda, pero más barato y menos tiempo buscando en la web, la logística de quién lo trae o cómo. Toda la plata a infraestructura y seguridad. Y que los visitantes traigan comida para los adultos.
HERMANOS. De ponerse una familia, poner hermanitos, y de poner hermanitos, pegarlos en el tiempo, uno detrás de otro. Es mucho más barato, y el tiempo de privación de sueño de los adultos queda dentro de un mismo paquete. Si tenés dos chicos, en cuatro años desde el primer embarazo se puede volver a dormir de corrido.
HINCARSE. Esto se lo vi al príncipe Felipe, que es altísimo. Si hay algo para hablar con el niño, y estamos en la calle, o al menos no sentados en paridad en una mesa, bajar a su altura y decirle lo que querés decir, los ojos a la misma altura. Dentro de la inevitable alienación del crío, se advierte en la criatura un agradecimiento sutil por ponerse a nivel y, por lo tanto, la información se transmite mejor.
HUEVOS. De a poco, como un juego, se le puede ir transmitiendo al niño la idea del sacrificio, sin enloquecerlo. A veces es mostrándole ejemplos de tenacidad. Julián Álvarez presionando arriba, a los arqueros. Los elefantes en el desierto peregrinando en manada hasta dar con un puto árbol que les dé los cuarenta kilos de hojas que necesitan para comer. Yo agarro la pelota en la terraza y Simón me la tiene que sacar. Yo pongo mi máximo, mis ochenta kilos, mis años escondiendo el balón, dale, meté más, meté más, poné más huevo, y va y pone más huevo, y al fin me la saca.
IBUPROFENO. Para mí, no hay que darle a menos que delire de fiebre o esté tirado en el suelo como un trapito. El cuerpo va a dar su batalla contra los bichitos. Siempre hay tiempo para rescatarlo con el ibu si el cuadro empeora. Pero no hay que dárselo antes de tiempo, hay que condicionarlo a resistir y a ser paciente en los momentos duros. Hay que aguantar. Hay que poner huevos. Esto consúltenlo con el médico, no es cierto, pero igual no lo consulten tanto porque van a tender a medicarlos para que no les rompas las pelotas. Muchos son muy pelotudos y ven a todas las madres como una sola a la que hay que contener y mantener callada.
INSTAGRAM. Da esperanza ver cómo los niños se resisten a las fotos que los adultos les toman en cualquier momento, contra su voluntad, y con toda la intención de subirlas a Instagram. Las criaturas, las más chiquitas especialmente, no saben dónde terminan las caritas que se ven obligados a hacer y menos las ulterioridades culturales: que sus sonrisas calcen sobre un estándar al cual alimentan de muñecos saludables, aquellas postales para que los padres cuenten siempre las buenas, vendan normalidad, su gran ingenio para entretenerse en familia. Se avivan los pibes de que son forzados, y esa intolerancia es la primera prueba de que una personalidad se hace resistiendo el adocenamiento y, de ninguna manera, aceptándolo.
JUGUETES. Pocos y buenos. Desafortunadamente, la fabricación nacional de juguetes es una tragedia en toda la línea. El cartón de los tableros, el librito con las instrucciones, los cubiletes, todo es de cuarta. Hacerlos mejor debe encarecer al punto de volver inviable la producción. Por otro lado, los juguetes son muchos más, hay mucha basura china muy barata —bah, hay de todos los precios—, y el niño puede percibir que el flujo de juguetes puede ser interminable. O sea, puede serlo, pero el niño no debe suponer que ese flujo sea lo normal o correcto.
JÚPITER. El espacio sideral nos une con los hijos en la ignorancia, ni ellos ni nosotros sabemos lo que es perder la gravedad, flotar, colgarse de los anillos de Saturno. Es sorprendente cómo los niños encuentran la luna en el cielo. Incluso de día, cuando un pedacito de luna medio borroneada sobrevive en el campo celeste. Es lindo encontrar estas zonas de ignorancia común para que, en cada aprendizaje que hagan, nos informen y vean en educarse y en leer la chance de torcer el hierro del padre.
KIOSCO. Nada, no comprarles nada en el kiosco. Punto. Resistir la demanda a los gritos, con llantos, templa el carácter de los padres, y los niños se vuelven más inteligentes para pedir. Cerrar el canal de las golosinas, pero tener siempre abierto el canal de la infraestructura cultural. Traslados a casas de amigos, fútbol, baile, talleres, libros, sí, pero góndolas de libros, no. Hay libros en bibliotecas, por supuesto que también infantiles. Rabelaisiano solo para aquello que los haga fuertes, y no dependientes o consumistas, aunque uno pueda comprar un millón de bananitas Dolca, claro. Sí, frecuentemente, sorprenderlos con algo del kiosco.
LENGUAJE. El niño aprende a hablar instintivamente para pedir, reclamar, sobrevivir, y los papás los estimulan diciéndole la palabra que quieren decir hasta que la dicen. Tudo bem. Para que el niño aprenda a hablar bien y más o menos rápido, sin forzar lo que es natural, mi tesis es que hay que hablarle largo, en oraciones con subordinadas, incluso mucho más allá de su comprensión, porque lo central no es que entienda lo que se dice, sino que entienda cómo se arma lo que se dice. Parece que le hablás como a un adulto y eso es raro, pero el niño aprende a componer y luego a pensar para componer.
LIBERTAD. El niño aprende la libertad en la casa cuando se le van agregando decisiones que puede tomar. Si quiere salir de la ducha abrazado con la toalla o dando saltitos. Qué calzoncillo se va a poner. Opciones. Pero se puede ir más lejos. El niño se cuelga de un caño desafiando la aprehensión del padre, sabe que se pone al límite, lo mira, el padre le guiña el ojo, le hace ver que confía en él, que siga, que tenga cuidado. Que papá, en el camino de su libertad, va a estar para auxiliarlo si algo termina mal.
LLORAR. Hay que dejarlos que lloren, más si son bebés. El agotamiento de uno no puede ser el punto para clavarle una mamadera o una teta que no necesitan. Si uno está cansado, no es problema del niño, es problema del adulto. El adulto tiene que callar su falta, su culpa eventual en la situación, pero lo que menos puede hacer es responsabilizar al niño por su cansancio. No, el niño no pidió tener un padre que no advierte que debe estar descansado para atender su demanda.
LLUVIA. En Buenos Aires llueve poco, pero es ciertamente hartante llevar un paraguas para llegar sin mojarse al subte, que son tres cuadras. Y, después, estar todo el día con esa basura a cuestas. Compañeros, mano ocupada, mano perdida. Alguna vez en Nueva York vi el espectáculo que deja una gran tormenta de lluvia y viento, y miles de paraguas rotos quedan en la calle. Para los niños, la lluvia es la enorme oportunidad de salir con botas y chapotear en los charcos que proveen las veredas rotas de Buenos Aires, que por otro lado impiden a los viejos y a los discapacitados moverse con libertad. Una ciudad rota que sirve para algo. Ah, pero el milagro de los relámpagos, el granizo, la inocencia que se pierde a medida que uno se acostumbra a algo tan espectacular.
MAMÁS. Algo es evidente: las mamás están siempre más interesadas que los papás en sacar esas fotos de niños para postear. ¿Es porque están más tiempo con los niños? No, compañeros. Aún en regímenes familiares donde el padre pasa más tiempo que la madre en tareas de cuidado, las mamás siempre son más rápidas para sacar el teléfono y registrar las habilidades del niño, inercia de las ecografías, nuevas certificaciones de que el embrión prosperó.
MARICÓN. Tengo que morderme los labios para no decirle «no seas maricón» cuando el niño llora sin mayores razones, pero, en fin, supongo que hago bien. Creo que lo mejor de la época es desalentar la creación de ciertos estereotipos. Sorry a mis hermanos en la incorrección permanente.
MONSTRUITOS. Un niño recibe demasiadas lecciones todos los días, sobre muchas cosas que no puede hacer, otras que sí tiene que hacer y, además, recibe instrucciones específicas que tienen que ver con el miedo y el sufrimiento. Escuché a una mamá que contaba orgullosa cómo su hijo de siete años le había sacado la mano de su cabeza a una señora mayor que lo acarició. «No la conozco para que me toque», le dijo el monstruito. Un hijo con autoridad para maltratar ancianos e incapaz de diferenciar las muestras de afecto de las violaciones, y una mamá que considera que eso es la octava maravilla.
MUERTE. Los muertos van al cielo. Punto. Si la cronología ayuda, hay que acercar la muerte de afuera hacia adentro. Un día muere el papa, otro día Maradona, aparece la muerte en la conversación, inevitable; luego, se apunta la muerte de un vecino, los pibes de Malvinas, todo anecdótico, sin grandes detalles, luego muere un animal, y ahí hacer foco. Como en las fábulas de Esopo, que los niños establezcan relaciones entre los animales y las personas. Soy partidario de que asistan a velorios y entierros. Menos misterio, menos terror.
NIÑERAS. Todo lo que te ahorrás en ropita de Estados Unidos va a un fondo para pagar niñeras. No para que los eduquen. Solo para que los mantengan con vida el tiempo que los padres necesiten hacer otra cosa al mismo tiempo, juntos o no.
NORMANDÍA. Que veamos juntos la escena inicial de Buscando al soldado Ryan como vimos el Mundial. El precio que pagamos por la democracia y la libertad. Pero falta.
ÑATO. Hablarles en argentino. «Ñato», «sopeti», «chabón», sin exagerar, para compensar el neutro de los dibujitos y los acentos multinacionales de YouTube Kids.
ÑUS. Empezar siempre con los animales, así que vemos Nuestro planeta en Netflix y nos detenemos a charlar sobre la caza de ñus que hace un grupo de tigres hambrientos. Muy buena Nuestro planeta, especialmente la temporada 1, que en español está narrada por Salma Hayek y empieza con una gran imagen de la tierra tomada desde la luna.
OMÓPLATOS. De niño, la primera palabra relacionada al cuerpo que me causó gracia fue «estómago»; a mis niños les parece muy graciosa «omóplato». Las esdrújulas socorren al español del aburrimiento, y los niños son los primeros en avivarse.
ÓPERA. A menos que sea muy natural en los padres, hay que ahorrarles a los pibes el consumo de productos culturales altos para hacerlos socialmente más relevantes o espectaculares. Aplica a los deportes y al resto de intereses que no les interesan para nada.
PAPÁS. ¿Y por qué los papás no sacan tantas fotos? Porque para el hombre la vida siempre está en el futuro, no en el presente; porque piensa que publicar a sus niños lo aleja de un mercado sexual imaginario donde hay otras minas, de un banquete eventual donde reina lo prohibido, y que el reflejo de lo familiar lo saca de la cancha.
PITO. De ninguna manera decirle al niño que no se toque. Que lo haga. Incluso decirle «es lindo, eh». Reconocerle que es placentero. Y luego decirle que en la mesa no, por temas de higiene y protocolo.
PUTA. Mis hijos vieron policías, bomberos, enfermeros, trapitos, todos los oficios; vieron putos, incluso, dándose besitos por Fraga, pero nunca vieron una puta, ni imaginan el oficio, porque no aparece en las historias que les leen y les leemos, tampoco en YouTube, así que tienen el registro de la expresión «hijo de puta», pero no saben de dónde viene ni a dónde va. No puede faltar mucho. No tengo explicación plausible por el momento.
QUINTAESENCIA. Creo que la mejor paternidad es la que habilita, permite, no teme que la quintaesencia —la cualidad más pura de una persona, de un niño— aflore.
RÁPIDO. Hay una aceleración que se les mete a los pibes, que la mayor parte del tiempo es culpa de los adultos, que no empezaron antes la ceremonia de salir hacia la escuela. Cuando no es culpa de los adultos, es porque algo en el contexto obliga a apurarse. Tenemos la fortuna de que en la puerta de casa se juntan zombies a ranchar y a quemar pasta base, y nuestra alternativa es quedarnos encerrados los sábados, no movernos, por esta circunstancia. Sin embargo, le ponemos huevo y salimos igual, volvemos tarde del club, noche cerrada, y llegamos y están estos ciudadanos. Entonces vivimos un thriller de un minuto. Dejo el auto en doble fila, con la familia adentro, y voy hacia la puerta, los zombies me miran y yo les digo «buenas noches», como en un western. Dejo la puerta abierta del edificio, es mi técnica, vuelvo al auto, arranco al mayor, lo pongo en el suelo y le digo «volá a la casa. ¡Volá!». Y vuela, sí que vuela. La mamá baja con la menor en brazos y vuelan también, como no, yo arranco los bolsos y los meto adentro del edificio con la velocidad de una mudanza. Ya con la familia adentro, cierro la puerta, vuelvo al auto y me pierdo para guardarlo en el garage.
RICOS. Sí, hay niños con más recursos, con casas más grandes. Vos tenés lo que tenés, es lo que hay, es lo que los papás pudieron reunir para criarte. Tenés calefacción, abrigo, club, pelotas y plata para el buffet. Es un montón.
SILENCIO. Igual que para dormirlos, hay que darse la oportunidad de hacer silencio hasta escucharnos los latidos.
SNACKS. Una de las prohibiciones a las que están sometidos los pibes son los snacks que todo el mundo comió toda la vida y no se ha muerto. Pero algo a favor de los octógonos paranoicos con que estos se presentan ahora en las góndolas es que sirven para pasar el «no podés comer eso» como un asunto estatal, como ponerse el cinturón en el auto. Los pibes míos ya aceptan que las papitas son comidas de cumpleaños, punto, me parten el alma. Y, además, no de cualquier cumpleaños. Porque hay papás muy comprometidos con lo saludable, con la diversidad, que castigan a los chicos con zanahoria y caramelos de coliflor. Globos hay en todos los cumples, reconozco que con los globos no se han metido, no hay ángulo cuestionable por el momento. Pero esforzarse por una muy eventual longevidad de los pibes que sería el punto de comer sano —que, por otra parte, esos padres no van a comprobar— parece de papás que usan su privilegio para disponer sobre el estándar al que deben someterse todos los pibes, además de los propios.
SLOW. ¿Qué hacemos con el inglés de los niños? ¿Le metemos con todo o vamos despacio? ¿Que aprendan en la escuela y con YouTube? ¿Dios proveerá? Es muy probable que la inteligencia artificial provea en el futuro laboral de mis hijos lo que hasta hace pocos meses pensé que debía asegurarles yo. Puedo entonces no gastar en academias. Un traslado menos, dos cuotas menos, dos matrículas menos. ¿Pago matemática aparte? ¿Más música, más deporte? El objetivo siempre es que sean buenos, pero, compañeros, que no sean pobres.
TABLET. Es imposible criar sin una tablet a mano para apagar berrinches, ataques de aburrimiento, agotamiento parental. Es interesante decirles que uno cuando era chico se aburría, que había cuatro canales, o veintiuno en Cablevisión, pero la tablet igual sigue ahí a mano, cargada o descargada, y el niño luchará hasta obtenerla. Y si insistimos en que se aburran, aburrirnos con ellos. Todos a mirar el techo.
TIEMPO. Los niños ya saben que hay una línea de tiempo. Amparo siempre nos recuerda que cuando nosotros ya estemos muertos y ella no, y tenga sus hijos y viva en esta casa, va a pasar tal cosa… En fin. Yo soy muy del Eclesiastés para vivir y seguir, pero cómo transmitirles el Eclesiastés a los niños sin dar como un hecho la existencia de Dios. Que sean ellos los que vean los ciclos, las repeticiones; no ser vanidoso, pero tampoco alguien que gasta la vida sin realizaciones.
UPA. Hay más usos de los niños. Los casos más comunes son en los matrimonios separados, o en crisis permanente, donde el niño está expuesto a la miseria total de alguno de los dos, o de los dos, para usarlos de audiencia o de pasamensajes de lo que los padres ya no se pueden decir en voz baja. Pero esto es más conocido, hay dos millones de películas con el tópico. Menos conversados están los papás que llevan a los niños a las marchas, los suben a caballito en la marcha del veinticuatro de marzo, por ejemplo, para que vayan aprendiendo la historia de los vuelos de la muerte y estén listos para ejercer su superioridad moral sobre los compañeritos con papás que no van a marchas. Es cierto que, si uno quiere realmente ir a una marcha, estas son en feriado, o los sábados, y no es fácil acomodar a los pibes, y hay que llevarlos, quedan salvados esos compañeros con problemas técnicos, aunque por qué considerar que incomodar al pibe durante horas en algo que no entiende es un precio a pagar tolerable para dar el presente en marchas que ya fueron muchas veces marchadas. Las otros alienados de la marcha fueron las pobres criaturas que, de a miles, fueron llevadas a caballito para la foto en redes sociales. La foto con pibes a upa en la marcha del veinticuatro es el político tomando mate o viajando en subte. En fin. Los niños más grandes que ya no van a upa tienen otra utilidad en la manifestación: son modelos vivos para hacer siluetas de desaparecidos. Se arrojan sobre el pavimento y les rocían el contorno con aerosol.
VACACIONES. Un embole. Lo ideal es combinar vacaciones con otros niños, o sea, con otros padres, otras familias para descargar el peso. Pero el arte de hacer un envido con sujetos de otras culturas familiares, ritmos, no es para todos los adultos. Se me presenta como lo más duro. Aspiro a una escolaridad de doce meses.
VIDEO CALL. Los niños también resisten las videollamadas a la fuerza. Los papás, pidiendo por las buenas que manden un beso, que digan «te quiero mucho», y después de luchar contra el desinterés, terminar con amenazas para asegurar en la comunicación lo más inasegurable de todo: que en esa casa todo marcha sobre ruedas. Mi botella al mar: hablen entre ustedes, si quieren hablar, y liberen a los pibes. Eventualmente, lleven el teléfono a donde los niños estén haciendo sus cosas, pintando o sacándose los ojos, y esa verdad familiar es información de primera que se está pasando a los que están más allá, la motricidad fina de los niños, algo en su expresión, el largo de sus piernas. No hace falta educarlos tan pronto y casi a cambio de nada en el arte de engañar.
WHISKY. Como padre, tu objetivo es tomar lo menos posible para poder llegar a tomar con él algún día.
XENOFOBIA. Más idiomas, más colores, más ideas. Otro buen efecto de la corrección política, sorry, en el cine y en las pelis de niños muy especialmente, es la naturalización de las diferencias de costumbres culturales, sexuales, los colores. El martes volvíamos con Amparo de una de sus actividades y coincidimos con Amy en el ingreso al edificio. Amy es negra. No puedo ser menos sincero que esto. Yo no asistí a su ingreso al departamento que el consorcio renta por AirBnb, lo hizo mi cohost, así que fue mi primer encuentro con ella. Y pensé: es negra. Y cuando nos dijimos «bye, bye, bye», Amparo no destacó que fuera negra, solo se interesó por el idioma en que hablamos. Bien, Disney.
YAPEYÚ. Van a aprender que San Martín nació en Yapeyú, pero no les va a quedar claro por qué, si el padre de la patria aprendió a pelear en España, y de hecho combatió para los españoles, vino después a la Argentina a liberarnos de los españoles. Creo que lo de Garnacho jugando para Argentina puede ayudar.
YUMBA. Algo que volvió loco a los pibes: les puse el tango La yumba, de Osvaldo Pugliese, y les expliqué que tiene que ver con el sonido del bandoneón. Yuuum ba, y así. Que una palabra provenga de la onomatopeya y que, de hecho, la palabra se pueda inventar desde la onomatopeya. Las esdrújulas, las onomatopeyas son el Bochini Bertoni del oído literario infantil.
ZAFAR. Lo más cerca que estoy con los niños de enseñarles los trucos de escapar a las formalidades, los tedios, de la ley, de zafar es cuando viajan a mi lado en el auto, en el asiento del acompañante. Cuando vemos que hay un policía cerca, les pido que bajen y se escondan entre la guantera y la alfombra para no ser vistos. Así zafamos, les digo, y así aprendieron por primera vez a zafar.
ZAPATOS. No veo la hora de que mi hijo use zapatos. Un mundo que no existe más. Solo los diputados o las personas ridículamente formales usan zapatos. A menos que lo forcemos, mi hijo podría completar toda su vida sin usar zapatos o ponerse una corbata. De todos modos, voy a crear la oportunidad para enseñarle a hacerse el nudo, frente al espejo, como un hombre.
Máximas para Simón y Amparo
Someterse al agua fría cada tanto, encarar la ducha, sin poner cara de no me gusta o no es lo mío, por si esta fuera la única posibilidad de bañarse en algún contexto extraordinario.
¿Baño de inmersión con whisky? Sí.
Recomiendo no quedarse muy enganchado con que total nos vamos a morir y que para qué tanto esfuerzo. Efectivamente, en dos o tres generaciones no habrá rastro de nosotros. Un minuto a la semana para la reflexión existencial es mucho. A laburar.
La confianza se construye en persona, comiendo fideos.
Hay personas malas. Parecen buenas y son malas. Que nos dañen no puede afectar la constancia para crear vínculos positivos y amorosos.
Luego de cortar con una novia o novio, caminar cien cuadras despacio. A medida que pasan los minutos y las cuadras, empiezan a disiparse la culpa o el miedo a la soledad.
Ante la más mínima duda, comprar dólares o lo que se conozca como moneda más fuerte y estable a lo largo del tiempo. El dinero nos debe ocupar un día al mes y dos horas de ese día para pagar las cuentas.
Mirar la cuenta bancaria no hace crecer la cuenta bancaria. Prácticos y conservadores con la guita.
Aún con inflación, se puede ver la parábola de gastos y planificar. Eso deja más tiempo para cultivarse y aplicar productivamente el propio talento que creará el dinero del próximo mes.
Siempre olvido y perdón. Es lo más práctico.
Cada vez que decimos no pasarán, ellos pasan, así que tomarse con el debido cinismo las vueltas de la historia. El destino del hombre es prevalecer y perfeccionarse, pero puede que la vida los agarre en una curva angosta y oscura y esto no se pueda ver.
Vivan al revés. Si todos gritan, hablen; si hablan, griten. De ninguna manera seguir el movimiento de la masa, porque, en todos los órdenes, esta va a la velocidad de los menos instruidos.
Pero de ninguna manera suponer que vuestras preguntas son las preguntas.
Hay que ahorrar al menos el diez por ciento de lo que se gana, así ganes el mínimo de subsistencia. Tener ahorros permite proyectarse y resolver emergencias sin endeudarse.
Siempre es mejor hacer crecer varias cosas al mismo tiempo. Así nunca se viene el mundo abajo. Una familia, un emprendimiento, una plantación. O más de un emprendimiento o más de una plantación, pero no más de una familia. Es muchísimo estrés acumular familias.
Y el cien por ciento de la inteligencia y la capacidad a todo aquello que se hace crecer. Aun si se pierde, se aprende, pero si no se puso el cien, además se perdió tiempo.
No juntar bronca. Hacer catarsis, moverse.
Comer de todos los colores, de todos los olores y texturas, y probar combinaciones. Sean sus primeros cocineros.
Lo que se necesita para una vida saludable es obvio, por lo tanto no tiene mayor sentido ir al médico demasiado seguido para que nos confirme que estamos vivos. Así que, simplemente, meterle para adelante.
El cuerpo es una caja negra. No sabemos lo que nos espera. Y lo que parezca más terrible también es un liberador de lastre, porque se aprovecha mejor el tiempo disponible.
Las cosas, de calidad. Hasta los tenedores de plástico. Lo barato sale caro y lo caro sale barato. No tener berretadas, no consumir porquería. No ahorrar en lo que uno se mete en la panza.
Diferenciar stock de flujo. Si vendemos el auto, vivimos tres meses sin trabajar, pero nos quedamos sin auto. Y perdemos los trabajos para sobrevivir en el cuarto mes. El stock debe poder sostenerse con una parte del flujo, pero si la proporción nos hace vivir miserablemente vamos mal.
Hablar bien, ser claro, preguntar si se entendió. No socarronamente, eh. (También preguntar cuando no se entendió).
Si tienen hijos, gasten lo mínimo indispensable. De ninguna manera calentadores de mamaderas.
Si viajan en micro de dos pisos, arriba, pero, en cualquier caso, lejos del baño, sobre todo en viajes largos, porque con las horas la experiencia es horrenda.
Te podés dormir sin bañar, pero no te podés dormir sin lavarte los dientes. La visita al odontólogo agrega costo y tiempo a la vida.
Siempre salir de casa habiendo ido de cuerpo. Si hace falta, se levantan antes.
Un litro de agua en ayunas (tibia mejor), con un limón o una cucharada de vinagre de sidra de manzana, ayuda un montón a arrancar el día y estirar el ayuno.
Ayunar, aburrirse, meditar, esperar.
A los lunes hay que adornarlos: ir al cine, comer en un bodegón.
Después de un entierro, ir a almorzar con el resto de los sobrevivientes, brindar por última vez por el compañero o compañera que se fue al cielo y empezar a cambiar de tema. Al día siguiente, abrir las ventanas de su cuarto, de su casa, y llevar dos bolsas, una para todo lo que se tira, otra para lo que se reparte, y hacerlo rápido.
Ser ridículamente modestos.
Los padres son una referencia, no un ejemplo, mucho menos un destino o una condena.
Aceptar a los padres.
Mis últimas palabras: midan las consecuencias.
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